sábado, 7 de enero de 2012

PORQUE YO SIEMPRE SERÉ DEL DEPOR



Hace veinte años el Deportivo de La Coruña lograba ascender a Primera División. Llevaba en Segunda desde el año 73 y, antes de eso, se había granjeado la fama de “equipo ascensor”. Pero hace veinte años el Dépor volvió a la élite del fútbol español de la mano de las dos figuras más importantes en la Historia del club: Augusto César Lendoiro y Arsenio Iglesias. Y en la noche del ascenso, en la Plaza de Cuatro Caminos que tantas veces hemos visitado desde entonces, el presidente Lendoiro hizo la siguiente proclama a grito pelado: ¡Barça, Madrid, ya estamos aquí! A muchos les hizo gracia. Un equipo que acaba de ascender cantándole fanfarronadas a los dos clubes más grandes. Cuatro años después, en 1994, el Deportivo llegó a la última jornada de Liga liderando la tabla, pero finalmente la perdió tras empatar en Riazor con el Valencia y habiendo desperdiciado un penalti en el descuento. Un momento durísimo, una sensación de haber estado tan cerca de conseguirlo… un drama colectivo, una ciudad anegada de lágrimas… En una situación así lo fácil hubiera sido poner a parir al Valencia, machacar a González por su gestito al parar el penalti, quejarse de la campaña de presión orquestada desde Barcelona, recordar algún error arbitral, maldecir a Djuckic… Pero no ocurrió nada de eso. Miroslav Djuckic salió a hombros de Riazor y, poco después, un hombre salió a rueda de prensa. Don Arsenio Iglesias, o Zorro de Arteixo, o Bruxo. Y ese hombre, un tipo de aldea afincado en la ciudad, dio una lección de saber perder (que podéis contemplar en el vídeo que encabeza el post). Ni una palabra en contra de nadie, sino todo lo contrario: cierta dosis de autocrítica sin entrar en grandes disquisiciones, porque no era el momento, y una gran parte de resignación, de aceptación del mal hado. (…) Yo creo que estaría escrito así. El equipo ha corrido, no ha jugado demasiado bien. Tuvo muchos atrancos, quizá estuvo demasiado nervioso. Nos faltó marcar un gol (…) Tras un golpe tan duro, el Deportivo no sólo se levantó, sino que voló más alto que nunca. Sólo un año después levantó el primer título de su Historia, ganando la Copa del Rey precisamente al Valencia. Pero no se quedó ahí, sino que en el año 2000 se proclamó Campeón de Liga, convirtiéndose en el ganador proveniente de la ciudad más pequeña. Y poco después logró otro hito histórico, arrebatándole la Copa al Real Madrid en la final conocida como El Centenariazo. Pero aún hay más, porque mientras ganaba una liga, dos copas y tres supercopas, el Dépor logró alcanzar las semifinales de la extinta Recopa y de la Champions League, competición que llegó a disputar cinco años seguidos, durante los cuales tomó plazas tan importantes como San Siro, Old Trafford, Highbury Park, Olympiastadion, el Parque de los Príncipes, Delle Alpi… Anoche esta pequeña ciudad a las orillas del Atlántico, de apenas un cuarto de millón de habitantes, volvió a ver cómo el Deportivo corría pero no jugaba demasiado bien. Cómo tuvo atrancos y estuvo demasiado nervioso. Y cómo, finalmente, se quedó a un solo gol de lograr el objetivo. La diferencia está en la magnitud de la desgracia: por mucho que duela ver cómo una liga se te escurre entre los dedos, descender a Segunda es mucho peor. Incomparablemente peor. Ayer, llegada la medianoche, se pudo haber caído en poner a parir al Valencia, en recordar algún error arbitral, en criticar los fallos de los jugadores, en maldecir a Lotina o pedir la cabeza de Lendoiro… Pero no ocurrió nada de eso. La afición se quedó clava en la grada, mostrando al mundo sus colores, levantando las bufandas, izando sus banderas. Muchos lloraban, algunos intermitentemente, otros de manera desconsolada. Pero muy pocos se movieron de su asiento. El deportivismo aplaudió a sus jugadores, agradeció su esfuerzo, hizo suyo su dolor, comprendió su amarga pena y, finalmente, hizo que algunos de ellos acabaran llorando ante semejante demostración de dignidad y respeto. Ahora no es momento, al menos para el que esto escribe con un nudo en la garganta, de buscar culpables. Ya llegará el tiempo de las críticas. Ahora es el momento de recordar algunas imágenes: la de Arsenio aceptando el destino con , la de una gente sacando a hombros a un destrozado Djuckic, la de una afición que ayer demostró que es el pilar de un club que en veinte años ha logrado hacer Historia despertando más simpatías que malos sentimientos. Es el momento de emocionarse con la imagen de Valerón vagando por el césped, mudo de impotencia; de sentir orgullo al ver a Manuel Pablo yéndose encolerizado al vestuario para obligar a los compañeros que habían abandonado el campo a volver para agradecer a la afición su enorme calidad humana; de consolar las lágrimas de algunos veteranos como Lopo o Riki u otros jugadores que llevan menos tiempo vistiendo de blanquiazul, como Laure o Xisco. También es el momento de llorar, cada uno en su casa y el Dépor en la de todos. Pero este momento ha de durar poco (y así será). El deportivismo levantará al Dépor y todos juntos se pondrán manos a la obra. Podrá ser un añito en el infierno o puede que nos cueste mucho más. Nunca se sabe. Pero que a nadie le quepa duda de que, tarde o temprano, la Plaza de Cuatro Caminos volverá a verse abarrotada por una multitud que de nuevo cantará: ¡Barça, Madrid, ya estamos aquí.


FORZA DEPOR,SIEMPRE EN EL CORAZÓN.

No hay comentarios:

Publicar un comentario